“Cuando algunos despistados se apresuran a recordar el episodio del 5 de Febrero de 1975, me apresuro a escribir esta nota para, que, en rigor histórico, desmitificar lo que ha sido una constante en nuestra historia: falsificarla.
Y debo hacerlo porque algunos vivos quisieron construir, dentro del partido aprista, un pasado heroico personal, que de tal no tuvo nada; por contrario, se valieron de la ignorancia, del ausente olfato político y de un hiperdesarrollado ego en aquella época para hacer un relato de hechos que nunca se dieron, olvidando lo más importante que era la estrategia política que en aquel entonces dirigía con acierto Haya de la Torre.
Esta estrategia, que, por razones obvias, no eran de dominio público, sólo las conocía el comando del partido al cual pertenecí en mi calidad de secretario general colegiado al frente de la División Nacional de Juventudes de ese entonces.
He ahí mi autoridad.
Empero, en razón que vivíamos en una dictadura diferente a las tradicionales, donde se mezclaban conquistas sociales por las que el partido luchara desde 1930 (nacionalización de la Brea y Pariñas, la reforma agraria, la propiedad social, la comunidad industrial, la nacionalización de las minas, la estabilidad laboral, etc.) con la verticalidad de un gobierno autoritario y antidemocrático, contrario a los partidos políticos (el partido aprista era el único y más organizado, los demás habían claudicado) sin unificación de criterio y voluntades y por ende con vicios que colindaban con la corrupción, la recomendación instruida por Haya fue el seguimiento y la prudencia necesaria a la huelga que la policía preparaba.
Yo fui el único y principal interlocutor con el jefe del partido, por el cargo que ostentaba, y los estudiantes apristas del ARE (Alianza Revolucionaria Estudiantil) que habían hecho contacto.
La situación económica en ese entonces era muy difícil, salarios bajos y alto costo de vida; sólo el año de 1975 se contabilizaron 779 huelgas en todo el país, una situación sin precedentes (Klarén, 2014).
El presidente de la junta de la junta militar Juan Velasco Alvarado se encontraba muy enfermo y el general Francisco Morales Bermúdez ya conspiraba con el sector conservador de las fuerzas armadas para derrocarlo (lo hizo el 29 de agosto). Víctor Raúl desde 1969, en los mítines de la fraternidad y en las ceremonias internas venía exigiendo el retorno a la vida democrática a través del pedido de una asamblea constituyente.
La situación, pues, requería de inteligencia y astucia, nuestra lucha no podía ser confundida con la de la derecha que había perdido terreno (la oligarquía feudal) y que mostraba una cobardía evidente, nosotros no nos íbamos a prestar para sacarles las castañas del fuego.
Así, se llegó al 5 de Febrero de 1975, todos los estamentos juveniles, principalmente universitarios acudimos a la cita acordada, cuando se produjera la huelga, e iniciamos desde el local de radiopatrulla hacia la plaza San Martin una marcha que fue haciéndose cada vez más grande y difícil de controlar, pronto nos íbamos a dar cuenta que estábamos frente a una eclosión social que se escapaba de nuestras manos; en ese momento instruí para que todos los dirigentes dejaran las primeras filas ya que el servicio de inteligencia tomaba fotos a los más visibles, y como siempre suele suceder quienes querían su minuto de gloria desobedecieron, siendo más tarde identificados.
Me dirigí a todos los lugares donde se producían incendios y enfrentamientos para tomar conocimiento de la dimensión de los hechos, no había policías en las calles y las fuerzas armadas recién lo hicieron al filo de las 3 de la tarde y controlaron la situación a sangre y a fuego.
La gente fluía por las carreteras de acceso a Lima y se convirtió el centro de la ciudad en un saqueo y pillaje incontenibles.
Nunca se hizo una contabilidad oficial de muertos y heridos de la asonada, pero a juzgar por lo que vimos y nos informaron, superaban las tres centenas de fallecidos y otros tantos de heridos.
Al regresa al local del partido después del mediodía, me informaron que el c. jefe estaría a las 3 de la tarde para presidir la reunión de emergencia de la secretaría general colegiada y comisión política; era un día miércoles en que todo esto sucedía.
En la reunión tomamos conocimiento que el gobierno militar nos culpaba de los hechos y que estaban debatiendo si nos colocaban al margen de la ley, al final no lo hicieron.
Se redacto un comunicado firmado por la secretaria general colegiada a nombre del CEN que se publicó inmediatamente y se volanteó el 7 de Febrero, cuyo original aún conservo, en el cual el partido deslinda de los hechos acaecidos y lamenta la pérdida de vidas y ataques y daños a la propiedad pública y privada.
Un sector pequeño del partido de orientación derechista quiso culpar a los jóvenes apristas de haber actuado al servicio del partido Acción Popular y Sinamos (Sistema Nacional de Movilización Social), como se puede fácilmente deducir esta intención nefasta cayó por su propio peso, pero sirvió para que dirigentes como Carlos Roca pidieran a grito pelado la expulsión de los dirigentes juveniles y exigiendo que el suscrito lo hiciera de inmediato.
Ese día comprobé su cobardía y vocación para desaparecer el ARE. Lo enfrenté y lo denuncié en una asamblea a la cual no tuvo el coraje de acudir tal como lo habíamos citado. Su felonía no tuvo eco y se diluyó.
En consecuencia, los verdaderos héroes no se desesperaron por ser reconocidos, la situación, repito, recomendaba ser prudentes y no víctimas de una vanidad incontenible y querer compararse con los mártires, pérfida comparación, los que no estuvieron en un instante en una algarada, sino que los auténticos héroes y mártires pelearon siempre y rindieron su vida como ofrenda final por la justicia social.
Pero, si debo recordar con aprecio a quienes esa misma noche, conjuntamente, redactamos un comunicado que pintaba con exactitud la personalidad del ARE y de los que se negaron a ser fotografiados, y más porque fueron blanco de los anatemas proditores de Roca, son los compañeros Cesar Vásquez y Mario Valcárcel y en ellos condenso mi reconocimiento a muchos de los jóvenes dirigentes, verdaderos valientes, que estuvieron en sus puestos y no reclamaron epitafios falsos ni acelerados.
Por lo tanto, dejo en claro y a buen entendedor que los verdaderos protagonistas, de los acontecimientos que me ocupan, jamás reclamaron publicidad y menos reconocimiento por lo que hicieron, aceptaron guardar silencio para no comprometer la política del partido, nunca tuvieron apetito de figuración.
Hoy rompo mi silencio porque a la luz del tiempo, la humildad, y la lealtad se puede informar que este acontecimiento y la huelga general de julio de 1977 determinaron la convocatoria a la asamblea constituyente arrancada a una dictadura que se debilitaba por su incapacidad, división, corrupción y que fue una gran victoria para Haya de la Torre y el pueblo”.
(Jesús Guzmán Gallardo (2023). “A propósito del 5-II-1975”. Lima, 5-II-2023)
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