AUTOR JORGE LORA CAM
Introducción:
El siglo XXI presencia enormes transformaciones debido a la interpenetración e integración transfronteriza de capitales de grandes potencias, en una red entrecruzada de capitales trasnacionales. En 2018, apenas 17 conglomerados financieros globales administraron colectivamente 41.1 billones de dólares, más de la mitad del PIB del planeta.[i]
Piensa Robinson que esta masa de capital concentrado y centralizado a escala mundial no tiene identidad nacional, nosotros agregaríamos que, sin embargo, esta enraizado y se expande desde las grandes potencias imperialistas. Es cierto que corresponde a una nueva clase capitalista trasnacional que ha promovido desde los estados, los intereses del capital trasnacional genocida y ecocida, la apropiación territorial a través de las políticas neoliberales, las políticas de saqueo colonial, el despojo a través de constituciones, tratados de libre comercio, contratos ley y otros mecanismos, el surgimiento un nuevo sistema globalizado de producción, finanzas y servicios que incorpora a todo el mundo y que elimina cualquier desafió de clase o estatal. Y como sostiene Raúl Zibechi:
…el poder, el verdadero poder, no nace de las urnas ni está en los parlamentos ni en los gobiernos, sino lejos de la visibilidad pública, en el capital financiero ultraconcentrado, en el 1% invisible que controla medios de comunicación, fuerzas armadas y policiales, gobiernos de cualquier nivel y, sobre todo, a los grupos ilegales narcoparamilitares que rediseñan el mundo.[ii]
El Perú es un territorio en disputa, esta históricamente asociado al imperio norteamericano y en el presente siglo cada vez más conectado a China por la Ruta Marítima de la Seda, a través de la infraestructura ya creada y otra en construcción, reforzando aún más su condición de periferia regional a cargo de las grandes trasnacionales de varias potencias y a la lumpen oligarquía interna que la comunica con el sistema internacional de saqueo, aumentando la dependencia colonial, la violencia por el despojo de los recursos naturales, la expulsión de los pueblos indígenas de sus territorios, el avance de los arrendamientos para monocultivos y la agroindustria, y el despojo de la propiedad de tierras mal-habidas y minería en zonas de reforma agraria y territorios indígenas.
Mientras la oligarquía especula considerando al Estado como su feudo; los caviares imaginan ilusoriamente que el Perú es un país democrático, con estado de derecho, democracia y ciudadanía que hay que defender; y los nuevos políticos plebeyos creen que el poder es para repartir cargos, recursos públicos y licitaciones. Quien entiende bien al Estado peruano neoliberal, recolonizado y burocrático, son una elite de abogados y militares (como Montesinos y algunos de sus pragmáticos discípulos), a quienes les basta saber lo que teoriza Bobbio acerca de la definición formal e instrumental más elemental del Estado: “La condición necesaria y suficiente para que exista un estado es que en un territorio determinado haya un poder capaz de tomar decisiones y emitir mandatos correspondientes obligatorios”.[iii]
Bajo esta concepción de mando-obediencia, agregando ideas neoliberales sobre el estado mínimo, la visión del estado como objeto de la competencia, y otras de Kelsen, para quien el poder soberano no radica en el pueblo sino en la capacidad de crear y aplicar el derecho en un territorio considerado como parte del estado y sobre un pueblo con capacidad de hacerse valer, recurriendo de ser necesario a la fuerza, son ideas suficientes para gobernar.
Esta forma de pensar la tradujo en la imposición de una Constitución, garantizando su cumplimiento con la impunidad presidencial y el TC, corrompiendo al Congreso y al sistema judicial; sometiendo a las FFAA al poder económico legal e ilegal e implementando un sistema criminal de saqueo desde las alcaldías, hasta los ejecutivos regionales.
De este modo, mientras los caviares eurocéntricos y los analistas políticos creen que el poder está solo supeditado a una correlación de fuerzas, muchas veces imaginaria, pero que hay que tomar en cuenta en la lucha política, Montesinos más cerca de la realidad -con 5 décadas de experiencia, y de ellas más de 30 en política estatal- actúa pensando que el Estado es una relación social de poder, dominación y explotación que es posible manejar.
Y pensando y actuando así – quizás sin saberlo, coincide con Weber e incluso con algunas ideas de Marx– Es más, la nueva configuración del poder, desde los años 90, controlan o buscan hacerlo apoderándose del Congreso, el sistema judicial y el Ministerio del Interior y Defensa, financiados por las privatizaciones, por una lumpenburguesía territorial y las grandes corporaciones, unificando a grupos con coincidencias e intereses comunes usando como herramientas: el dinero, corrupción, chantajes, complicidades, impunidades, lobystas, etc. para garantizar la gobernabilidad y constituirse en el verdadero gobierno, aunque no siempre sean los titulares.
Si bien es cierto que para examinar metodológicamente al Estado y para actuar en él, es válido el análisis estratégico relacional, para conseguir la obediencia y desarrollar políticas públicas, solo fue suficiente saber y actuar para mantener el poder secular agregándole nuevas tecnologías de sumisión, miedo y dominio correspondientes a la época. Con Montesinos-Fujimori las estrategias económicas estuvieron garantizadas, la participación de organismos multilaterales como el FMI-BM en las decisiones para el control del gobierno, la gobernanza (creación neoliberal que incorpora a la inversión privada en el gobierno) 1990-2000 y posteriormente a su caída, por la Constitución, el manejo del Ministerio de Economía y del BCR, el Congreso y la presencia de sus abogados en el sistema judicial.
Los proyectos estatales, en su década, consistieron en privatizar el país y con el dinero obtenido manejar a los agentes que mantengan las estructuras en base al combate a la rebelión popular, a la generalización de la corrupción como herramienta aglutinadora y de sumisión. La hegemonía fue articulada desde la unidad de la clase dominante monopólica y parasitaria, la compra de medios y la fetichización de la minería como el elemento necesario de crecimiento económico.
El Congreso y la judicatura fueron conseguidos con elecciones fraudulentas, mercantilizadas y comprado en su totalidad -con la reducción numérica del primero enormes aumentos salariales, y premios por sus votos privatizadores o de no pago de tributos empresariales- y del segundo con su ampliación a numerosas instancias jerárquicas y seguros de impunidad a cambio de mayores ingresos por protección de bandas criminales. La corrupción como forma de gobierno neoliberal, como herramienta y mecanismo de activación de la inversión privada, del saqueo, se extendió a los ejecutivos regionales y locales, la alta oficialidad de las FFAA y policiales, los medios, la alta burocracia de funcionarios en las instituciones, la seducción monetaria de los asesores y consultores caviares.
Controlada la representación política, la institucionalidad y el clientelismo corrupto de la gobernanza, había que encerrar las universidades —y otras fuerzas de la izquierda popular— que literalmente fueron cercadas y acalladas para que puedan actuar las estrategias hegemonistas hasta lograr la naturalización del odio a la izquierda radical y a todos los críticos del sistema.
En resumen: controladas las estructuras de poder económico, políticas e ideológicas se consolida un sistema de dominación étnico, clasista, que marca la arquitectura del control territorial del poder y el silenciamiento de las fuerzas capaces de una acción colectiva. Estamos ante una nueva forma de dominación donde el dinero, la ley, la coerción, el conocimiento o ignorancia son los principales instrumentos de intervención del Estado en la sociedad que llegaron en el 2000 a su límite cuando a través de unos videos se conoció como operaban estos mecanismos y un grupo de fiscales honestos pudo perseguir y apresar a los principales sujetos del dominio.
Como vemos, esta es la recolonización estatal y los poderosos crean una explicación histórica aceptando que el Estado tiene un carácter de clase, que responde a sus intereses parciales y que es un aparato armado y administrativo; que ejerce los intereses de quienes tienen el poder económico. La diferencia con el marxismo es que mientras los marxistas buscan su destrucción o el cambio hacia una república del bien común, estos sujetos con sus patrones y seguidores, no solo son sus defensores, sino que lo instrumentan sin ningún principio ético para beneficiarse.
Menos entienden, que el Estado es sociedad política más sociedad civil, y lo que es peor que quieren excluir de esta última a las mayorías campesinas y de trabajadores indígenas, mestizos indígenas, afrodescendientes que ahora han repoblado todo el país y solo conciben al Estado como el sujeto de despojo y explotación. Otro rasgo de estos estrategas de la derecha es ver la política como espectáculo y el control monopólico de los medios, el uso herramientas jurídicas y otras de la guerra total, como instrumentos políticos donde solo importan los fines.
En este contexto, su otro secreto, radica en que las ELECCIONES sean presentadas como la esencia de la democracia, pero ocultan que están distorsionadas, diseñadas empresarialmente, como negocios privados y de acceso limitado. Primero los partidos deben convertirse en empresas que contratan services para conseguir firmas, hacer campañas, etc. reducidos a tema mercantil, donde solo pueden hacer política quienes tienen los recursos para hacerlo. Y sobre eso está el antidemocrático voto preferencial, un esquema electoral bajo control del sistema judicial y una ciudadanía que es manipulada por los medios sobre la base del embrutecimiento educativo y la ignorancia.
La política esta privatizada y, el contexto, es de instituciones, empresas, sociedad civil, ONG, educación, salud, policía, hasta la cultura y el arte son negocios. En síntesis, el Estado esta privatizado y, como en términos sociales somos lo que aprendemos, lo que incorporamos, lo que nos constituye como seres humanos desde la cuna, o incluso antes, asumimos el pensamiento hegemónico como propio.
Para el marxismo el Estado “no puede ser otra cosa que el Leviatán” al imponer su poder estructuralmente arraigado en la toma de decisiones de la sociedad en general.
En Perú la clase dominante aparece constituida plenamente como rentista y extractivista en un plano económico preestatal para luego servirse del Estado con el objeto de consolidar su dominación. Marx pensaba que la sociedad determinaba al Estado y no a la inversa (como lo hacía Hegel), reconoció las limitaciones de la autonomía relativa del Estado, también de la correlación entre la abstracción de la política moderna y la emergencia del Estado representativo.
Coherente con su historicismo materialista, Marx, sostuvo que el fundamento oculto de toda la estructura social y, por consiguiente, también de la forma política que presenta la relación de soberanía y dependencia, en suma, de la forma específica del estado existente en cada caso se encuentra en la relación directa entre los propietarios de las condiciones de producción y los productores directos, es decir, en el análisis de relaciones de clase específicas.
Claro está que no pudo ver en su totalidad que, en los países recolonizados, periféricos, las cosas eran diferentes a Europa; en la periferia estaba ausente la ruptura con las antiguas formas de organización sociopolíticas; donde la aparición del derecho era una mala copia europea y que carecía de un correlato de disolución de la sociedad civil en individuos independientes, es decir, de la individualización que corresponde a la generalización de las relaciones mercantiles.
O como, no obstante, su rechazo a teorías transhistóricas, tampoco logró pensar plenamente en la particular constitución de un Estado que impulsó el desarrollo de la burguesía —desde una acumulación originaria permanente a favor de un débil capital— hasta su consolidación a fines del siglo XX e inicios del XXI. Cuando todos los recursos naturales se “capitalizan” en el sentido de que son subsumidos realmente por el capital recién, las sociedades, se les puede llamar capitalistas y ese es un fenómeno de finales del siglo XX y años después.
El Estado no tiene un poder propio, en Europa se creó esta ilusión, siendo en realidad un poder que proviene de la sociedad y de las clases sociales. En Europa al crecer la división entre lo político y lo económico aumento la autonomía relativa del Estado confiriéndole un poder propio y una autonomía irreductible al poder de clase. Pero esto no ocurre ni en Perú ni en gran parte de la periferia. Y allí estriba la fuente de los errores caviares, en trasladar la teoría europea a periferias recolonizadas.
[i] Robinson, William, El imperio del capital global, La Jornada 27 de octubre de 2022.
[ii] RAUL ZIBECHI, La jornada, junio 2022.
[iii] Bobbio, Norberto, Estado, gobierno y sociedad, FCE, México, 1989
NOTA: (Ver segunda parte de este ensayo)